DEATH IN THE MAKING
Actualizado: 24 mar 2022

Eran las seis de la mañana, la noche estaba muy cerrada y caía una nieve muy ligera que se mezclaba con la niebla. En la puerta principal de la plaza de toros de Teruel, un centinela tiritaba de frío. El hombre que le acompañaba, fumando a su lado, apagó el cigarrillo en la palma de la mano y se lo guardó en un bolsillo de la gruesa gabardina. Acababa de llegar un vehículo al que estaba esperando. Cuando comprobó quienes eran, entró apresuradamente.
- André, despierta -el hombre daba suaves pataditas en lo que parecía ser el trasero de un cuerpo que dormía con la cabeza apoyada en la mochila, y cubierto por una manta.
- Vamos André, han llegado.
-Déjame - André Friedmann, se giró mostrando un rostro sin afeitar y demacrado por el cansancio, a su lado, una botella de vodka era la prueba irrefutable de que aún estaba borracho. - Vamos André, nos esperan, tenemos que cruzar ahora - el hombre levantó la vista y observó todo el espacio hasta la salida de cuadrillas, las tropas republicanas de la 34 División del Coronel Heredia descansaban de los duros combates. - Feliz Navidad Ernest - el joven fotógrafo sonrió, y le devolvió una patada directa a la espinilla.
Era el día 24 de diciembre de 1937, y las tropas franquistas, al mando del coronel Rey D´Harcourt habían sido cercadas en las inmediaciones de la plaza de El Torico, y los edificios aledaños. La ofensiva del día 15 le pilló desprevenido, y con solo seis mil ochocientos soldados, había decidido renunciar a la defensa del puerto de Escandón. Tres cuerpos de ejército, con más de ochenta mil efectivos habían caído por sorpresa sobre Teruel. Las tropas republicanas cerraron el cerco en San Blas, al norte de Teruel, donde se encontraron la 11 División de Líster, y la 64 de Martínez Cartón. Las fuerzas de Rey D´Harcourt estaban copadas y en inferioridad. Franco estaba furioso, su ofensiva sobre Madrid desde Guadalajara había tenido que ser cancelada, y el riesgo de perder Teruel pesaba como una losa, sobre todo teniendo en cuenta que Teruel era vital para llegar al Mediterráneo. El coronel Rey había recibido una orden, tenía que defender la plaza hasta el último hombre, la contraofensiva estaba en marcha y Franco había enviado a dos de sus mejores generales, Varela y Aranda. Mientras tanto en el aeródromo de Bello, se habían concentrado numerosos grupos de combate, entre los que están los “Chirri” de Salas Larrazabal, y la “Legión Cóndor”.

Hemingway en Teruel en diciembre de 1937
Protegidos por la niebla, y acompañando a un grupo de refuerzo de la 40 división del Teniente Coronel Menéndez, cruzaron el viaducto, hacia la plaza de San Juan. Aunque las fuerzas republicanas cercaban la ciudad, al norte de la plaza de San Juan se combatía casa por casa. Ernest Hemingway y Robert Capa, formaban parte de un grupo de periodistas invitados por el gobierno para cubrir la importante ofensiva de Teruel. Al subir desde el viaducto a las primeras ruinas de la ciudad, oyeron una fuerte explosión y a lo lejos numerosos disparos. Capa se pegó al suelo junto a los soldados, y aprovecho para sacar un paquete de cigarrillos del bolsillo superior de su cazadora, con el paquete comprobó que estaba la foto de la que no podía separarse desde el pasado verano. Hemingway le miró con gesto compungido, y le pidió un cigarrillo. Sabía de sobra porque Capa tenia la foto junto a su pecho, y porque necesitaba el vodka de los voluntarios rusos para conciliar el sueño. También sabía que Robert Capa no era el mismo, y que de seguir así no sobreviviría a la guerra.
* * *
La luz de la mañana penetraba por la ventana de la habitación. Era una bonita luz de julio. André había llegado dos meses antes desde España, y tenía dinero. La agencia Dephot le había pagado sus fotografías. Por eso decidió llevar a Gerda a un hotel, unos días con algo de lujo no les vendrían mal. Llevaban un mes juntos y estaba muy enamorado. Gerda Pohorylle era una chica alemana, su familia judía de origen polaco había tenido que huir de los nazis, al igual que le ocurrió a André en su Budapest natal. Gerda era preciosa, y muy inteligente.
André miraba por la ventana del hotel, absorto en sus pensamientos. Volvió la mirada y la posó en su amada, que dormía plácidamente. Se le ocurrió que podía despertarla con una agradable sorpresa, traería café y unos croissants recién hechos. Pero antes de irse, aprovechó el instante, sacó su pequeña Leica y le hizo una foto. A los pocos minutos volvió con una bandeja, una jarra de café y otra de leche, una cesta de croissants, mantequilla y mermelada.
Gerda despertó con el olor a café.
- Yumm, has traído el desayuno - dijo con una sonrisa mientras se sentaba en la cama con las piernas cruzadas.
- Es hora de reponer fuerzas - dijo André, mientras dejaba la bandeja en la mesita y se acercaba a darle un cálido beso a modo de buenos días.
- André, escucha, tengo una idea - dijo Gerda mientras removía el café después de poner dos cucharadas de azúcar.
- ¿Quieres mantequilla y mermelada? -le preguntó André mientras le preparaba un croissant y ponía gesto de prestar atención.
- Si, claro - Gerda dio un trago al café y dejó la taza en la mesilla - Ni Dephot ni ninguna otra agencia se va a tomar en serio a un refugiado político desaliñado y que no habla francés.
- ¿Yo desaliñado? - bromeó André mientras dejaba caer su alborotado pelo sobre su cara con gesto cómico.
- En serio, en mi agencia, Alliance, solo hay periodistas con corbata - Gerda recogió cariñosamente el pelo de André y le besó.
- Está muy buena esta mermelada - bromeó André saboreando el beso, que en realidad sabía a mermelada de fresa del último bocado de Gerda.
- Bien, he pensado que yo puedo buscarte una agencia, tú ya me estas enseñando a hacer buenas fotografías - Gerda tomó un respiró y aprovechó para saborear otro trago de café.
- Déjame adivinar, pero tengo que cambiar mi aspecto, y ponerme corbata - André se estiró con un gesto adusto y formal.
- Los franceses adoran a los norteamericanos, cualquier americano con corbata les parece un gran profesional - dijo Gerda.

Gerda en París
- Americano, empiezo a estar perdido ¿quieres que me ponga un traje y me haga pasar por un americano? - André desvió la mirada al escote del pijama de Gerda.
- ¿Que miras? - dijo Gerda con un mal disimulado gesto de reproche, y soltó una carcajada traviesa
- Si, creo que si entrego tus fotos como si fueran de un misterioso fotógrafo norteamericano recién llegado a Paris, las pagaran mejor.
- ¿Quieres más café? - preguntó André mientras le servia después de observar su gesto de afirmación.
- Bueno, pues creo que un buen nombre puede ser Robert, como Robert Taylor - el día anterior habían ido al cine a ver la película “Sublime obsesión”, donde Robert Taylor era el protagonista.
- Ya sé, Robert Capra, por Robert Taylor, y el director Frank Capra - bromeó André
- Mejor Robert Capa, los franceses no saben pronunciar Capra -Gerda puso un gesto triunfal y continuó - y yo seré la famosa periodista gráfica, Gerda Taro. Anda, vamos a dejar de malgastar dinero en el hotel y vamos a comprar ropa elegante.
- ¿En serio? -André todavía creía que bromeaba, pero en media hora habían dejado el hotel y estaban volviendo al apartamento después de pasar por una sastrería y una camisería.

Gerda Taro y Robert Capa en Madrid a principios de 1937
El plan funcionó a las mil maravillas, y la marca Robert Capa comenzó a tener éxito en la prensa parisina. Gerda Taro fue contratada por el periódico izquierdista “Ce soir”, y un año más tarde, cuando estalló la guerra en España, Robert Capa y Gerda Taro decidieron viajar a España para fotografiar la acción desde primera línea. Gerda acuñó la frase con la que se vendían a las agencias, y que atribuía a Robert Capa: “Si tus fotos no son lo suficientemente buenas, es que no estás lo suficientemente cerca.”
* * *
La niebla se había levantado en Teruel. Era mediodía, el sol parecía un débil y helado candil. La temperatura no llegó a subir de los cero grados, por la noche había llegado a los menos veinte. Por primera vez, desde que habían llegado, pudieron ver aviones propios sobrevolando Teruel, eran Chatos y Moscas que habían despegado de Sarrión y sobrevolaban la ciudad con rumbo norte buscando aviones enemigos. Durante su breve estancia en el puesto de mando habían conocido al jefe de la tercera escuadrilla de Chatos, el teniente Juan Comas. Ernest Hemingway fue quien llevó el peso de la conversación, el jefe de escuadrilla había ido para coordinar los apoyos aéreos en la ofensiva que iban a llevar a cabo al norte de Teruel. No estaba autorizado a revelar más detalles. Hemingway le preguntó si había coincidido con su amigo Frank Tinker.
- Un piloto con cojones ¿donde esta ahora? - se limitó a decir Comas.
- Ha vuelto a América -dijo Hemingway.
- Pues aquí hacen falta más pilotos como él - contestó Comas, haciendo un gesto para disculparse pues le estaban esperando.
Hemingway y Capa se separaron, acompañados por dos grupos de milicianos que les llevarían por el perímetro del cerco de Teruel, evitando las zonas donde podía haber francotiradores. Junto a Capa iba el corresponsal del “New York Times”, Herbert Mathews. Se luchaba casa por casa, y solo dos edificios emblemáticos estaban en poder de los sitiados, el gobierno militar y el seminario. Hemingway ha viajado en un vehículo militar hasta San Blas, y ha podido comprobar de primera mano los preparativos para resistir cualquier intento de romper el cerco por parte del enemigo. El propio Líster le dice que el gobernador de Teruel se rendirá antes de que acabe el año. Mientras tanto, Robert Capa avanza con los hombres del coronel Heredia, la nieve en polvo cubre las calles, y el frío es terrible. No han visto ningún civil desde que entraron en Teruel.
- ¿Donde están los civiles? No han podido huir con este frío - pregunta Herbert Mathews a un sargento que les acompaña.
- Los que han podido salir están al sur, en la zona del ensanche, metidos en las casas -dijo el sargento - los que faltan, no lo sabemos, deben estar refugiados en los sótanos. Tendrán miedo, esto es una guerra de ratas - añadió a modo de resumen.

Artillería Antiaerea en el puerto de Escandón
Capa y Mathews decidieron que la situación estaba estancada y allí no quedaba nada por hacer, esperaron a Hemingway y a mediodía decidieron volver al hotel Majestic de Barcelona, en el Ford que les había traído hasta Teruel. Camino de Valencia pudieron ver como la artillería avanzaba hacía el norte, y varias unidades antiaéreas se habían apostado en el puerto de Escandón. Varios carros rusos T-26 se cruzaron con el Ford que conducía Herbert Mathews, Ernest Hemingway iba de copiloto, y Capa iba sentado detrás, dormitando. Al ver los carros no pudo evitar el recuerdo, el recuerdo de Gerda, la había dejado sola en Madrid cuando volvió a París, ella se empeñó, quería terminar el trabajo en la batalla de Brunete. Nunca se perdonaría haberla dejado sola, se sentía culpable, y no pensaba que pudiera superarlo nunca, Gerda había muerto muy joven. Gerda había viajado a Madrid para cubrir el congreso de la Asociación Internacional de Escritores, pero no pudo resistir la tentación de ir al frente. El 25 de julio de 1937, en un ataque de los Stuka de la Legión Cóndor, con el ejército republicano en retirada, un carro de combate propio, embistió el vehículo en el que viajaba Gerda. Cuando la ingresaron en el hospital de El Goloso estaba agonizando. Al día siguiente, al amanecer del día 26 de julio, Gerda Taro fallecía, con solo veintiséis años. Robert Capa, la invención de Gerda, bajo cuya imagen se ocultaba el hombre que tanto la amaba, André Friedmann, tenía los ojos húmedos, el rostro demacrado, sin dormir, sucio y abatido. Se marchaban de Teruel, una ciudad que dejaban en poder de las fuerzas leales al gobierno, y cuya conquista estaban seguros de que marcaría un cambio de tendencia en la guerra.

Gerda Taro agonizando en El Goloso, atendida por el doctor Kiszely de la Cruz Roja
La cafetería del hotel Majestic estaba prácticamente vacía. Solo unos pocos delegados extranjeros se mezclaban con los periodistas. Barcelona no mostraba ningún síntoma de la guerra que estaba asolando España. Herbert Mathews y Robert Capa acababan de desayunar, y trataban de sintonizar una emisora internacional. Radio Perpignan estaba emitiendo noticias en ese mismo instante, hablaban de la guerra en España. El gobierno ha perdido la ciudad de Teruel en una brillante ofensiva del general Varela, las tropas de Franco contraatacan en dirección a Valencia. Esa es la noticia en la emisora francesa. El camarero se acerca a la mesa: Robert Capa tiene una llamada de París. En ese momento apareció Ernest Hemingway recién levantado. Capa volvió a la mesa, era el redactor jefe del “Ce Soir”, el periódico de Gerda, algo estaba pasando en Teruel, querían que fuera y enviara fotos y una crónica. Era el 28 de diciembre de 1937, recogieron lo indispensable en un petate y salieron los tres para el frente. Pasaron el día 29 en Valencia, y el 30 de diciembre por la mañana salieron con todas las autorizaciones en regla para ir al frente. Antes de llegar a Segorbe comenzó a caer una copiosa nevada, tuvieron que hacer noche en Segorbe, pero al día siguiente las cosas no mejoraron. Cuando llegaron a la altura del Alto de la Muela se encontraron con casi un metro de nieve, y un gran contingente de vehículos militares que habían quedado bloqueados por la nieve en su ruta para reforzar a las tropas republicanas en el cerco de Teruel.
Allí preguntaron si era verdad que la ciudad había caído en manos franquistas, y fue desmentido, al tiempo que pasaban lo mejor posible la nochevieja y casi todo el día 1 de enero de 1938, celebrando con algunos voluntarios de las Brigadas Internacionales. El día 2 consiguieron llegar, al fin, a Barracas, donde se había instalado el cuartel general del Ejército Republicano, al mando del coronel Hernández Saravia. La llegada les sorprendió con una formación de bombarderos italianos y alemanes, que sorprendentemente pasaron de largo del cuartel general y soltaron toda su carga sobre las columnas de vehículos que trataban penosamente de abrirse paso hacia el frente entre la nieve. Los antiaéreos desplegados en las inmediaciones de Sarrión, para proteger el aeródromo, derribaron un CR-32 de la escolta. El oficial de enlace les confirmó que Teruel estaba en manos republicanas, y que la rendición de las tropas sublevadas era inminente. La situación en el Seminario y el Gobierno Civil era realmente insostenible, ambos edificios eran defendidos por los sublevados, al mando del coronel Rey D´Harcourt en el Gobierno Civil y del teniente coronel Barba en el Seminario.
A pesar de la insistencia del Estado Mayor de Franco, que pronto serían socorridos y que debía resistir a toda costa, el coronel Rey sabía que la ciudad ya estaba en manos del gobierno de la República, tenía a su cargo casi 2000 civiles hacinados en los sótanos del Gobierno Civil, sin comida y sin mantas, los niños morían de frío y hambre. No podía resistir verlos así más tiempo. Para colmo 1500 soldados heridos, que no solo carecían de medicamentos para ser tratados, sino que también estaban sometidos al frío, no tenían ya nada que quemar, y la temperatura alcanzaba los veinte grados bajo cero en el exterior. Muchos hombres habían muerto de frío agonizando de sus heridas. Este panorama se iban a encontrar los periodistas cuando entraran en la plaza del Gobierno Civil. El coronel Rey todavía aguantó hasta el día 7 de enero, y entonces se rindió, y salvó a muchos civiles y soldados heridos de una muerte segura, aunque sería acusado de traidor por el mismo General Franco.
* * *
El pequeño pueblo de Pont de Molins, era un caserío a pocos kilómetros al norte de Figueras, pero ese 7 de febrero de 1939 se había convertido en un hervidero de tropas republicanas, varias columnas se habían detenido a pasar la noche antes de cruzar la frontera francesa. El pelotón a las órdenes del comandante Pedro Díaz debía volver a Gerona. Se les había encargado que trasladaran a Figueras a un grupo de cincuenta prisioneros de los que fueron capturados en la rendición de Teruel. No pensaban volver a Gerona. En la mañana de aquel frío 7 de febrero los dos camiones partieron de Figueras con 32 prisioneros, entre los que estaban el coronel Domingo Rey D´Harcourt y el obispo de Teruel Anselmo Polanco. No había sitio para ellos en el penal militar, tampoco había comida. El comandante había decidido llevarlos a la frontera y abandonarlos a su suerte, pasando con sus hombres a Francia. Al llegar a Pont de Molins pararon los camiones a repostar en una cisterna militar, los hombres bajaron a tomar un trago y fumar.
- ¿Que suerte que tenéis camiones compañero? - mientras el comandante Díaz se dedicaba a resolver temas administrativos, un sargento se interesó por los camiones - ¿Esos de los camiones no son soldados, verdad?
- Son prisioneros fascistas, los llevamos a la frontera -contestó el soldado.
-¿Como? Los cabrones fascistas van en camión y nosotros andando - el sargento gritaba, y atrajo un corrillo de soldados curiosos.
- Los fascistas han hecho una carnicería en Barcelona, y están fusilando a mansalva - dijo un bisoño sargento de infantería.
- Hay que fusilarlos -dijo otro.
- Fascistas asesinos, no merecen vivir - se oyó entre los presentes.

Tropas españolas entrando en el exilio francés.
El comandante Díaz llegó al corrillo, dispuesto a continuar la ruta hacia Le Perthus, cuando se encontró el panorama.
- Nosotros seguimos adelante, no hay tiempo que perder - zanjó la cuestión de forma brusca.
- De ninguna manera, esos fascistas han de ser juzgados -el sargento de infantería seguía alborotando, Díaz pensó en tirar de galones, pero lo pensó mejor.
- Esta bien, bajad a los prisioneros y juzgarlos si queréis, nosotros nos vamos a Francia, aquí no hay nada que hacer ya - Díaz les miró con gesto de fastidio, y subió a la cabina del camión.
Los soldados comenzaron a sacar a los prisioneros y les ataron de dos en dos, formando dos grupos con cuatro soldados de escolta en cada grupo. El comandante Díaz miraba por el retrovisor con tristeza, un miliciano se acercó a la ventanilla y tocó el cristal.
- Venga, subid a los camiones todos los que podáis que nos vamos - el comandante Díaz tenia prisa.
- Gracias mi comandante -dijo el miliciano con una sonrisa en los quemados labios.
El primer grupo de prisioneros se puso en marcha, al frente iba el coronel Rey D´Harcourt, y el obispo Polanco. Estaban cansados, habían estado más de un año cautivos, primero en Valencia y luego en Barcelona. Franco nunca perdonó la rendición de Teruel, por eso prohibió cualquier intercambio de prisioneros. Caminaron casi un kilometro por la orilla norte del rio Muga, allí se desviaron a la derecha subiendo por el barranco de Can Tretze, el primer grupo estaba formado por siete parejas de prisioneros, el segundo grupo permaneció a orillas del rio Muga hasta que el sargento volviera. El coronel Rey, alineado con los catorce prisioneros miraba a sus captores con gesto digno, el fondo de su corazón sabía que si caía en manos de Franco seguramente correría la misma suerte. La guerra es cruel, mucho más cruel con los que muestran un atisbo de compasión y humanidad, ese fue su caso. El obispo, a su lado rezaba, los hombres esperaban su suerte en silencio. Los seis soldados republicanos dispararon sus armas, dos andanadas, una tercera, el sargento les iba dando el tiro de gracia. “Un fascista menos” decía con cada disparo de su pistola. Fusilaron al segundo grupo, amontonaron los cuerpos, los rociaron con gasolina y les prendieron fuego. El sargento levantó la cabeza y observó como cuatro aviones I-16 Mosca, volaban muy bajos en el horizonte, con rumbo norte, les perseguían seis Messer de la “Legión Cóndor”. Uno de los Moscas se separó del grupo y se estrelló a la vista de todos los soldados. El sargento no sabría decir si fue un accidente o le habían disparado, pero la humareda negra desprendida por el avión se alineó con la humareda negra que desprendía la pila de cuerpos de los prisioneros fusilados, una imagen que resumía una cruenta guerra, columnas de refugiados, aviones y cadáveres en llamas, y el largo exilio para los perdedores.

Soldados republicanos vigilando el viaducto desde el Gobierno Civil.
En la habitación del hotel en Valencia, Robert Capa había pedido prestada la maquina de escribir de Herbert Mathews y escribía su crónica para el periódico francés “Ce soir” : “Entramos en la ciudad y las calles están vacías…” “El cielo extraordinariamente claro a pesar del intenso frío, miro arriba y cuarenta aviones del gobierno español vuelan a La Muela para enfrentarse a los aviones fascistas.” “Entramos en el Gobierno Civil, el sonido es terrible, una batalla de habitación en habitación, una lucha sin piedad, con granadas…” “¡Arriba España! El grito es ahogado por una herida mortal de bayoneta. El avance ahora es prudente, no se sabe donde están las mujeres y los niños.” “Más de cincuenta personas, la mayor parte mujeres y niños, cegados por la luz, nos mostraron sus rostros cadavéricos, manchados de sangre y mugre. Desde hacía más de quince días en los sótanos, habían enfermado, viviendo en un terror continuo, alimentados de restos de comida de la guarnición y de algunas sardinas que les tiraban diariamente. Muy pocos tuvieron fuerzas para levantarse; hubo que ayudarlos a salir. Es imposible describir una escena tan penosa.” La crónica se publicó en París el 8 de enero de 1938.
Bibliografía:
- “Si me quieres escribir. Gloria y castigo de la 84ª Brigada Mixta” Pedro Corral (Debate 2004).
- “Rey d´Harcourt” Heraldo de Aragón 9 de marzo de 1992.
- “La chica de la Leica” Helena Janeczek (Tusquets 2020).
- “Inventing Robert Capa” Jane Rogoyska 2013.
- "Death in the making" Robert Capa 1938.