Un golpe de suerte en Kirov

El sargento Alex Sokolin tiró suavemente de la palanca de su flamante Yak-1 numeral 65 para situarlo paralelo a la yerba helada de Shaykovka. El avión, todavía con su camuflaje blanco de invierno, fue perdiendo velocidad hasta posarse suavemente sobre las dos ruedas del tren principal, a la vez que el patín de cola. Fue una magnífica toma de tres puntos a unos tres metros de su líder, el mayor Mikhail Baranov, cuyo Yak-1 numeral 62 se posó con la misma velocidad. Rodaron en formación hasta el lateral de un hangar donde estaban aparcados y perfectamente alineados otros ocho Yak-1 pertenecientes a su regimiento de caza, el 432 IAP, al mando de Baranov. Al otro lado del hangar se podían ver seis Polikarpov U-2Shs y varios bombarderos Il-2 Sturmovik.
Eran las ocho de la mañana cuando aterrizaron varios Hurricane del programa de Préstamo y Arriendo, pertenecientes al Regimiento 15 IAP. Al entrar a la cantina de Shaykovka, el sargento Sokolin pudo reconocer a su amigo el sargento Kiril Klimov, de uno de los regimientos paracaidistas del 50º Ejército del General Boldin.
Desde principios de febrero, los rusos habían estado suministrando víveres y munición a las unidades partisanas que operaban en el saliente de Kirov. Y desde la última semana de febrero habían infiltrado también zapadores y algunos comandos paracaidistas con las avionetas U-2, para ir preparando el terreno a una operación paracaidista de gran entidad en la retaguardia del Segundo Ejército alemán del general Schmidt.
Sokolin se encontraba hablando con su amigo Klimov sobre los tiempos en que ambos estaban en la Escuela de Mecánica de Saratov, cuando llegaron los pilotos de los Hurricane, entre ellos otro de sus amigos de la infancia, también de Saratov: el sargento Pavel Konchev había sido destinado a un escuadrón de “Hurris”, que era el que acababa de aterrizar procedente de Tula. El general Boldin estaba preparando la ofensiva del saliente de Kirov con una gran profesionalidad, acumulando fuerzas para romper la línea de suministros del ferrocarril de Smolensk-Orel.
Konchev se abrazó a sus dos amigos, y los tres siguieron hablando de los viejos tiempos en Saratov. Aunque los tres tenían poco más de veinte años, ya habían visto mucho.
Sokolin le preguntó a Konchev sobre su experiencia con el Hawker Hurricane. La unidad del mayor Baranov había estado volando este avión de origen británico todo el invierno, hasta que, a mediados de febrero, fueron sustituidos por el Yak-1 y les trasladaron desde Tula a Shaykovka.
Mientras Klimov escuchaba muy atento, los dos pilotos hablaron del Hurricane. Sokolin se alegraba de que se lo hubieran cambiado por el mucho más rápido y ágil Yak-1. Con el Hurri les costaba seguir a los rápidos Bf 109F, y perdían mucha energía en los virajes. Konchev decía que los de su unidad, que los habían recogido en Bakú, trasladados desde Teherán, estaban muy envejecidos después de operar en el Mediterráneo durante dos años. Los motores estaban viejos y casi todos los aviones estaban revirados.
Klimov se quejaba de su inactividad. Mientras los zapadores no paraban de salir al frente todas las noches en las silenciosas avionetas Polikarpov U-2, ellos se dedicaban a holgazanear en la base. Ni siquiera había aviones de transporte para el inminente lanzamiento tras las líneas alemanas.
El mayor Baranov se acerco al grupo y les interrumpió. Tenían un briefing con los pilotos de Sturmovik. Al día siguiente atacarían el nudo ferroviario de Roslav para romper la línea de suministros del general Walter Model en el saliente de Oriol.
Se fueron al briefing y estuvieron aproximadamente una hora preparando la misión. Al día siguiente, otros dos escuadrones de Sturmovik volarían a primera hora hasta Shaykovka para unirse a la misión. Serían escoltados por los Yak-1 de Baranov y, en caso necesario, sacarían a los Hurricane.
* * *

Los pilotos españoles llevaban solo una semana en su nueva base de Seschtschinskaja. Habían tenido que replegarlos desde Orel porque el avance soviético era continuo, y la ciudad estaba en peligro. la Tercera Escuadrilla Azul se había acomodado a sus nuevos alojamientos, pero a pesar de estar a 150 kilómetros del frente, en el saliente de Kirov, el aeródromo estaba permanente acosado por fuerzas partisanas abastecidas durante la noche, y los zapadores del Ejército Rojo tenían minado los sectores noreste y sur. No había posibilidad de tener escuchas ni tampoco radar para avisar de los bombardeos y ametrallamientos que, procedentes de Tula, llegaban dos o tres veces por semana.
Por la mañana, varias formaciones de He-111 operaban en el sector de Zhizdra, donde el Cuarto Ejército de Badanov había roto las líneas de la División Panzer del general Jaschke, y se acercaba peligrosamente a Bryansk. La caza alemana daba protección a los bombarderos, mientras la Tercera Escuadrilla Azul había recibido ordenes para situar dos parejas de caza libre al norte de Bryansk.
El comandante Ferrándiz, jefe de la escuadrilla, fue el primero en despegar, junto al teniente Azqueta. A los pocos minutos salieron también el capitán Gavilán y, de punto, el teniente Alejandro Pérez. Cuando ascendían con rumbo este, hacia Zhizdra, Ferrándiz vio cinco aviones enemigos que iban con rumbo oeste, unos diez kilómetros al norte de su posición, y más altos. Tal como se iban acercando, pudieron ver claramente las estrellas rojas sobre los fuselajes blancos. Iban a tres mil metros de altura, parecían Hawker Hurricane, pero a esa distancia no podían distinguirlos bien. Se quedaron a cuatro mil metros, y ajustaron con el sol a la espalda y desde arriba. Azqueta se colocó en la percha derecha, es decir, ligeramente más alto y a unos trescientos metros de su líder, para entrar a la formación de cazas enemigos. Uno de ellos les detectó y todos comenzaron a virar al sur formando una pelota defensiva. Entre los cinco cazas que trataron de envolverlos, uno quedó aislado al norte. Los dos pilotos españoles entraban desde arriba intentando conseguir un disparo sobre uno de los Hurris, y volvían a subir. A la tercera pasada en descenso, el caza aislado intentó huir hacia su base en el este. Ferrándiz quedó justo detrás y por debajo, y se acercó hasta unos 150 m. Le disparó dos ráfagas con el potente cañón Oerlikon de 20 mm de su Bf 109F-2 y el caza soviético, que había bajado para ganar velocidad en su huida, se incendió, precipitándose al suelo sobre un camino y causando una gran explosión que dejó una gran mancha negra.
Ferrándiz volvió hacia el oeste y comprobó que Azqueta protegía su cola desde más arriba, vigilando a los cazas enemigos que se estaban enzarzando ahora con otros dos Messer. Eran Gavilán y Alejandro Pérez.
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Los seis Yak-1 al mando de Baranov habían enfilado la explanada de la pista con rumbo noroeste, y despegaron en formación. El sargento Sokolin iba de punto de Baranov. La formación viró ligeramente al sur para dirigirse hacia Roslav protegiendo el flanco sur de los Sturmovik, que despegarían justo detrás.
El mayor era un piloto muy experimentado. Había combatido en la defensa de Moscú y de Stalingrado, y acumulaba ya 18 victorias en combate. Cuando alcanzaron los tres mil metros, altura a la que iban a proceder en toda la misión, el teniente Vladimir Kozlov tuvo un problema en el motor, que empezó a ratear y calentarse, por lo que tuvo que volver. Su punto, el bisoño sargento Tachenko, en su tercera misión de combate, se quedó solo, por lo que Baranov decidió que debía unirse a su pareja formando una cuña clásica. Acababan de sobrevolar Kirov a tres mil metros cuando Sokolin, que era el punto derecho de la cuña, dio el aviso de cazas enemigos a las ocho y más altos: eran dos Messer. Baranov maniobró inmediatamente sobre ellos, y la segunda pareja le siguió en un viraje de conversión manteniendo altura. Los cazas enemigos se cruzaron de arriba a abajo y volvieron a subir virando hacia el oeste. Baranov intentaba mantener la formación clásica en cuña unida y pidió a la segunda pareja que ascendiera por encima de los Messer.
La segunda pareja fue separándose en ascenso hacia el norte sin perder de vista los aviones enemigos, mientras la formación de Baranov volvía a encarar a los cazas alemanes, que volvieron a buscar un cruce con ventaja de arriba a abajo. El punto alemán descargó una ráfaga sobre Sokolin, sin éxito.
Ahora los Messer se habían separado hacia el este. Baranov tenia a la vista a Sokolin y a la segunda pareja, pero había perdido a Tachenko. Éste había sacado el viraje con rumbo a Shaykovka y descendía a mil metros para ganar velocidad y escapar del combate. Baranov preguntaba por la radio, pero Tachenko no contestaba. Baranov pensó que, si se quedaba aislado, sería carne de cañón. En ese momento, una columna de humo llamó su atención unos seis kilómetros al este, muy cerca de Kirov. Los Messer volvían desde el este, estaba claro que habían derribado al joven piloto. La segunda pareja se descolgó desde seis mil metros sobre la pareja de Messer que venía del este, y avisó por radio de que otra pareja llegaba al combate desde el sur. Baranov y Sokolin los encararon desde arriba. Baranov se quedó con el Messer del este mientras Sokolin se enfrentaba con el del oeste, en un cruce muy cercano en el cual estuvieron a punto de chocar. Sokolin y el caza alemán se enzarzaron en una espiral. El piloto del Messer era muy hábil y consiguió posición de disparo en dos ocasiones, pero parecía que no le quedaba munición de cañón, por lo que tuvo que acercarse mucho más para disparar con las ametralladoras.
Sokolin se defendía a la deseperada. Había perdido a su líder, el mayor Baranov, y perdía velocidad en un viraje de máximo rendimiento. Combatían a tres mil metros de altura. El Messer se acercaba demasiado y le disparaba casi a cincuenta metros de distancia. El choque parecía inevitable. En el último momento, el avión alemán viró fuertemente a la izquierda para esquivar al soviético, pero su ala izquierda impactó contra la frágil cola del Yak-1, desprendiéndola limpiamente. El sargento perdió el control de su avión, que entró en barrena. Enroscado en el vertiginoso descenso, el sargento Sokolin lanzó la cabina, pero las aceleraciones le pegaban fuertemente al asiento, impidiéndole salir del avión. Era inútil forzar la palanca de mando, seguía cayendo sin control mientras pateaba con furia los pedales en un intento desesperado por invertir la barrena. El sargento Sokolin dejó de tocar los pedales, realizó un último intento sobrehumano de salir del avión y, en una fracción de segundo, murió quemado y aplastado contra el suelo a sus veinte años. Los Yak-1 al mando de Baranov volvían a la base de Shaykovka con dos pilotos menos.
* * *

El capitán Gavilán había visto la pelota de combate a unos tres mil quinientos metros, y recibió la llamada del comandante Ferrándiz. Ellos estaban enzarzados con la pareja más alta, así que Gavilán y Pérez se lanzaron sin dudar a por los dos cazas que les encaraban a tres mil metros de altura. Gavilán se cruzó con el de más al oeste, ajustando mucho. En el último segundo, inclinó el avión a noventa grados para evitar el choque. Ese ruso estaba loco. Pegó un fuerte tirón virando a la izquierda sin perderlo de vista y cayó sobre él desde el noroeste, con una clara ventaja, morro abajo y morro arriba dos veces ciñendo con el motor a máxima potencia, y ya lo tenía. Mientras tanto, Pérez evitaba el combate con grandes trepadas, cruzándose con el otro ruso.
El capitán Gavilán consiguió una buena posición de disparo e intentó derribar al ruso, pero su cañón Oerlikon, el arma principal del Bf 109, que disparaba a través del eje del motor, no respondía. Tenía que acercarse más. Siguió cerrando el viraje por dentro. Casi a cincuenta metros, una ráfaga de ametralladora. El otro avión parecía un Yak, pero no estaba seguro. Cuando iba a intentar la segunda ráfaga, se dio cuenta de que la velocidad de acercamiento era muy alta. Subió el morro a la desesperada, cambiando el viraje a la izquierda, pero chocó su ala izquierda contra la cola del Yak, que se separó del fuselaje, dejando al avión soviético en barrena.
El Bf 109F de Gavilán dio un fuerte tornillazo a la izquierda, en parte por el golpe y en parte porque había perdido un buen trozo del borde de ataque y dañado el alerón. Tenía altura, aunque el avión vibraba como una coctelera. La vibración no le dejaba ver el cuadro de instrumentos, pero metió fuertemente el pie derecho a la vez que suavemente recuperaba el picado. No volaba estable, pero dejó de perder altura. Tendría que lanzarse. Lo pensó mejor: estaba muy cerca del saliente de Kirov. Se había estudiado bien los mapas, aquello estaba en manos del Ejército Rojo.
Tenía que mantener la palanca casi totalmente a la derecha, con una fuerza descomunal, y ayudarse del pie derecho para mantener el avión nivelado y evitar que se pusiera en invertido y volviera a caer. Se dio cuenta de que estaba a unos veinte kilómetros del río Desná. Ésa era una divisoria clara de las líneas alemanas, así que aguantó como pudo para intentar tomar en un sembrado, al oeste del río. No tenía indicación de velocidad, porque el pitot había desaparecido con el fuerte golpe. Mantenía el motor con una buena potencia, pero sabía que, a mayor velocidad, mayor esfuerzo le costaría mantener el avión nivelado.
Había llegado al río y comenzó a buscar un sembrado. El brazo le dolía mucho y comenzó a usar la pierna izquierda para mantener la palanca inclinada hacia la derecha y aliviar así el brazo de ese lado. Pensó que, si había llegado hasta el río, podía intentar llegar al campo. Aunque el suelo se había helado por la noche, ya había comenzado el deshielo.
No podía usar el flaps, ni tampoco quería reducir velocidad por miedo a entrar en pérdida. Llegó a Seschtschinskaja y aterrizó por derecho con rumbo oeste a 200 km/h. El avión se tragó más de un kilómetro de pista antes de parar. Cuando bajó del avión, completamente agotado, pudo comprobar que tenía casi dos metros del borde de ataque del plano izquierdo completamente destrozados, y llegó a la conclusión de que el Bf 109 volaba realmente muy bien. Había sido su tercer derribo en Rusia, pero se había salvado de milagro.
Bibliografía: "La escuadrilla azul" Jorge Fernández-Coppel (La esfera de los libros 2006)