Alexander Koliadin y Celestino Martínez Fierros en pleno ataque en el Lago Balatón.
(Ilustración de Carlos Alonso, que emula aquí a su maestro e inspirador, Roy Cross, en el famoso Boxart de 1975 con el Sturmovik rotulado "Tchapaevski")
En el fondo de aquel oscuro y viejo hangar, al que se le notaban las reparaciones recientes, para restaurarlo de los tímidos combates de final de año, resonaba el fuerte vozarrón del general. El recién ascendido mariscal, Rodion Malinovski se había desplazado desde Budapest ciudad que acababa de conquistar, hasta Debrecen, otra de sus victorias, para entregar personalmente las condecoraciones a sus soldados destacados en las ultimas batallas.
Malinovski, judío ucraniano de Odessa, hablaba de la victoria final. Los alemanes se habían retirado de Rumanía y los Balcanes, Bulgaria había cambiado de bando y luchaba junto al Ejército Rojo, y el mariscal Zhukov estaba ya luchando al oeste del río Oder. Los aliados habían cruzado el Rhin.
Allí al fondo, rodeado de hombres a los que no conocía, a sus veintinueve años recién cumplidos, el teniente Markov estaba sumido en sus pensamientos. El nombre era el resultado de aquellos intentos de mantener en secreto la identidad de los pilotos españoles que se habían formado en Kirovabad, la escuela creada por la Unión Soviética para abastecer de pilotos al gobierno de la República de España.
Celestino Martínez Fierros, piloto español, asturiano de Ballota, un caserío cercano a Grado, acariciaba su nueva medalla. Acababan de imponerle la “Orden de la Gran Guerra Patria”, y era la tercera, a la que se unían en su pecho, la orden de la Bandera Roja y la de la Estrella Roja.
Desde un lateral vio como se acercaba su ametrallador, el sargento Velmezov, le susurró algo al oido y se quedo a su lado. Se había enterado de que cuando acabara la celebración había que llevar los aviones a Budapest, al aeródromo de Ferihegy, al sureste de la ciudad.
Martínez Fierros se quedó de nuevo ensimismado con el discurso de Malinovski. “Los españoles sois buenos combatientes” le había dicho el mariscal Malinovski en perfecto español, Fierros sonrió porque el viejo general había adivinado su procedencia. Malinovski había estado más de un año en España durante la guerra civil.
El asturiano bebía un té mientras recordaba el difícil recorrido que lo había llevado a ser un brillante teniente, piloto de los tanques voladores, los IL-2 Sturmovik. En Kirovabad no era la primera vez que salía de España, ya había estado en Cuba cuando solo tenía dieciocho años, emigró en 1932 huyendo de la pobreza, y volvió en 1936 igual de pobre que se había ido. Cuando volvió se encontró en medio de una guerra, luchando por su tierra natal, Asturias. Dos años de lucha, Santander, Madrid, el Ebro… Hasta que a finales de 1938, en un permiso del frente, estando en Albacete, se presentó a una selección para hacerse piloto, aprobó y a principios de 1939 estaba viajando con la cuarta promoción de Kirovabad. Nunca volvería.
El Sturmovik era un avión del que estaba muy orgulloso, aunque su actuación más destacada fue en la batalla de Kursk, donde los soviéticos destruyeron más de 2000 carros de combate alemanes, pero en aquella batalla Martínez Fierros no era todavía piloto de Sturmovik. Se las tuvo que apañar en las difíciles misiones nocturnas volando el frágil biplano Polikarpov.
Tres Polikarpov U-2 volando sobre Ucrania.
Aquella noche de mediados de julio de 1943, en Livni, las fuerzas de reserva del 27 Ejército del Centro, al mando del general Romanenko, estaban listas para avanzar en un choque directo con el flanco izquierdo del 5º Ejército de Walter Model. Los alemanes habían iniciado un movimiento en pinza sobre la ciudad de Kursk el día 5 de julio, pero los planes eran conocidos por el Estado Mayor Soviético, y habían frenado en seco los avances.
La misión no era desconocida para Celestino Martínez Fierros. Desde que empezó la guerra, dos años antes, había participado en multitud de golpes de mano, muchas veces infiltrados con los Polikarpov U-2, los silenciosos biplanos de la Fuerza Aérea Soviética. Pero esta vez iba a ir a los mandos, junto a otros tres aviones. En cada avión llevaban a tres zapadores cargados con sus armas y explosivos.
Celestino había tenido que esperar hasta 1942, cuando el piloto español José María Bravo se encontró en Moscú con el general Osipenko, para ser incluido en la lista de pilotos españoles disponibles. Comenzó volando el U-2 en misiones de enlace de retaguardia bastante fáciles. Pero ahora ya había participado en misiones de bombardeo nocturno, mucho más arriesgadas, y era su primera misión de infiltración de fuerzas especiales tras las líneas enemigas.
Los cuatro aviones estaban preparados, en el borde sur del aeródromo iluminado por vehículos del Ejército. Era un campo improvisado. Los zapadores se acercaron ordenadamente y subieron en los cuatro aviones, que aceleraron en la oscuridad del campo, y despegaron poniendo rumbo noroeste.
El objetivo estaba a ochenta kilómetros de Livni, unos cincuenta minutos de vuelo. Martínez Fierros iba de punto dos, los cuatro aviones iban en línea, manteniendo la velocidad de cien kilómetros por hora, y fijos en la pequeña luz roja de cola del avión precedente. Volaban bajos, a cien metros del suelo.
Normalmente, dejaban a las tropas en un punto determinado y volvían, pero aquella noche tenían que esperar, iban a aterrizar a menos de quinientos metros del puente, los zapadores lo volarían y volverían a Livni. Un grupo de cuatro partisanos les esperaban para iluminar el punto de aterrizaje. Dos fogatas que marcaban el inicio y el final del terreno útil para aterrizar.
Iba a ser una noche larga, tenían que repetir la acción en cuatro puntos del ferrocarril desde Chibisy a Ponyri, ningún tren debía circular para abastecer de combustible a las unidades panzer alemanas que avanzaban hacia Kursk.
No estaba siendo un vuelo difícil, de momento, había buena visibilidad, y aterrizaron sin problemas en una pradera muy regular, apoyados por el faro de aterrizaje.
Mientras los zapadores hacían su trabajo, los partisanos y los pilotos se dedicaron a defender los aviones con las fogatas apagadas pero listas para encenderlas en cuanto oyeran las detonaciones.
Los nervios estaban a flor de piel, pasaron quince minutos desde el aterrizaje cuando desde el campo se oyeron seis detonaciones casi simultáneas. Los partisanos encendieron las fogatas y los cuatro pilotos pusieron en marcha los aviones. En cinco minutos todos los zapadores estaban a bordo, y despegaron a toda prisa. Los partisanos apagaron las fogatas y salieron de la zona para preparar la siguiente operación, el punto de encuentro estaba a treinta kilómetros.
Cuando aterrizaron en Livni habían llegado más carros T-34, salían dos columnas acompañadas de camiones con infantería. Los zapadores recargaron de munición y explosivo, mientras los pilotos tomaban un café y algún bocado. Así estuvieron toda la noche, las líneas férreas al sur de Orel quedaron inutilizadas durante cuatro días. Suficiente para paralizar a los tanques del 5º Ejército de Model.
A Celestino eso le valió la Orden de la Bandera Roja, y cuando acabo la batalla de Kursk le dieron la opción de hacerse piloto de bombarderos, en una unidad caza-tanques de Sturmovik. Lo primero que hizo fue escribir a su mujer.
Partisanos del "Tchapaevski" en los bosques de Bielorrusia.
El teniente Martínez Fierros estaba sentado con su ametrallador, el sargento Velmezov, en un descanso de las operaciones. El aeródromo húngaro de Ferihegy estaba atestado de bombarderos Sturmovik, la “muerte negra” como le llamaban los alemanes, y cazas Lavochkin La-7.
Miraba una foto, en la mano derecha, en la izquierda tenía una carta de su mujer, puso la foto encima de la carta en la mano izquierdo y continuó mirándola mientras daba un trago a su vaso de té.
El día anterior, el capitán Manuel Orozco había llegado de un descanso en Moscú, y le había traído la carta de su mujer, Clara Rosen. Orozco se había formado en Kirovabad con la segunda promoción de pilotos, y conocía de aquella época a Clara, una de las interpretes de la escuela de pilotos.
Celestino conoció a Clara también en Kirovabad, con la cuarta promoción de pilotos. Los que no volverían para combatir en la guerra civil porque ya se había acabado.
En la foto podía ver a una Clara, radiante de felicidad, con su hija Nélida en los brazos. “Ya ha empezado a hablar, le enseño tus fotos y dice papa. Espero que se cumpla lo que me dices en tu carta, y los alemanes se rindan pronto. Queremos que acabe la guerra para poder estar juntos.”
Guardó la carta y la foto en el bolsillo de su guerrera y levantó la vista. La situación no era ni mucho menos cercana a una rendición alemana. Las mejores unidades Panzer estaban atacando desde el sur y el oeste, con una ferocidad inusitada. Tenían orden de Hitler para recuperar Budapest.
Habían llegado dos semanas antes desde Bulgaria, pasando un par de días en Debrecen, antes de desplegar en Ferihegy. Los alemanes avanzaban en el sur, en Mohacs, y rodeaban el lago Balatón por el norte y por el sur para aislar Budapest.
Al fondo de la enorme sala de pilotos en la que habían convertido el hangar sur de Ferihegy vio entrar al capitán Boris Koliadin y su ametrallador, el teniente Pavlov, les llamo la atención levantando el brazo. Llevaban bocadillos y tomaron una taza de té a la entrada.
Koliadin era un veterano piloto de Iliushyn Il-2 Sturmovik, con tres años de experiencia a sus espaldas, desde la batalla de Kursk su Regimiento, el 929 de bombardeo estaba adscrito a la 25 División Acorazada del Ejército Rojo. Desde que llegaron de Bulgaria, el 926 BIAP y el 929 BIAP estaban combatiendo juntos en Hungría. Llegaron hasta la mesa y se sentaron a su lado.
-Camarada Markov ¿Parece que hoy tenemos un día tranquilo en el frente?- el nombre soviético de Celestino Martínez Fierros era Markov-
-Eso parece Boris, los alemanes estarán esperando el combustible para seguir apretando - dijo el teniente español.
-A lo mejor les hemos bloqueado ya el paso al lago Balatón - Koliadin era un tío optimista, a pesar de las duras experiencias que había vivido con el 929 en Kursk, la mitad de sus compañeros habían muerto en combate.
-Estamos en marzo, nuestro Ejército lleva un mes acumulando fuerzas en la orilla del rio Oder, a sesenta kilómetros de Berlín, en cuanto avancemos no creo que esto dure más de una semana - dijo Martínez Fierros.
Sonó la sirena, los pilotos tenían que acudir a sus aviones, pero antes debían recoger sus mapas y material de vuelo y asistir a la charla del coronel para asignar objetivos. El hangar quedo vacío en minutos.
Diez minutos de charla, y a los aviones, saldrían por oleadas de ocho bombarderos, con cuatro cazas de escolta cada dos oleadas, había que parar el avance del Sexto Ejército al norte del lago Balatón evitando que sobrepasaran la carretera de Székesfehérvár a Budapest.
Camino a los aviones se encontró con Manuel Orozco y Luis Lavín, los dos formaban pareja de la primera escolta. Iban bien protegidos.
Y allí estaban, otra vez en el avión. El Sturmovik era un avión excepcional, diseñado para destruir carros de combate, desde el principio de la guerra se habían fabricado 36000, era el avión más fabricado en la segunda guerra mundial, solo se le acercaba el Bf-109 alemán del que se habían fabricado 35000. El avión había evolucionado durante la guerra, el fuerte blindaje de 950 kg. le protegía muy bien de la artillería antiaérea, pero estaba muy mal protegido por arriba, y los cazas alemanes hicieron estragos, hasta que se decidió añadir un compartimento para un artillero de cola con ametralladoras Berezin UBT de 12,7 mm. Las remotorizaciones permitieron mantener la velocidad punta por encima de los 439 km/h. Los nuevos modelos llevaban hasta doscientas bombas contracarro, ametralladoras antipersonal, pero el arma definitiva era los cañones automáticos Nudelman-Suranov de 37 mm. Unos cañones capaces de perforar el blindaje lateral de los carros de combate Panzer y Tiger.
Rodaban en dirección a la pista, eran los últimos de una línea de ocho Sturmovik que se preparaban para despegar. La formación anterior había despegado tras los Lavochkin de escolta.
Celestino pudo ver el avión de Boris Koliadin, con su inscripción en el fuselaje:ЧАПАЕВЦЫ.
Le había dado vergüenza preguntar porqué había puesto esa inscripción en el avión, cuando Koliadin le respondió, pero en realidad no se había notado su ignorancia, que ponía en riesgo su concepto de buen comunista. Koliadin le respondió sin sospechar lo más grave, que Celestino no sabía quien era Vassily Tchapaev:
“Bueno, no tengo que explicarte que Vassily Tchapaev fue uno de los héroes de la revolución, eso lo sabe todo el mundo. Cuando entramos en Kursk, el Ejército Rojo volvió a formar la 25ª División Acorazada “Tchapaevski” en honor a nuestro héroe bolchevique. La 25ª División original fue casi completamente destruida, en una defensa heroica de Sebastopol. Eso le valió el sobrenombre de Tchapaev. Ahora mi regimiento esta combatiendo con la Tchapaevski desde Kursk. Pero no es esa la razón. Al comienzo de la guerra, mi amigo y camarada, Alexei Chernenko, fue derribado al sur de Bielorrusia. Al poco tiempo comenzaron a operar en los bosques al norte del rio Prípiat, dos importantes grupos partisanos: El Kirov y el Tchapaevski. Alexei se unió al segundo grupo, y después de un año y medio de lucha clandestina, fue capturado y ejecutado por los nazis. Aunque estoy combatiendo con la 25ª División “Tchapaevski”, en realidad esto que he escrito en el fuselaje es mi homenaje a Alexei, y cada carro de combate alemán que destruyo es mi venganza por la muerte de mi amigo.”
Estaban en el aire, a doscientos metros de altura, no necesitaban más, los Lavochkin les mantenían a la vista a tres mil metros. Orozco controlaba la segunda formación de bombarderos, y tenía perfectamente identificado el bombardero pilotado por su amigo el teniente Martínez Fierros y el sargento Velmezov.
Llevaban diez minutos de vuelo y a su derecha quedaba la ciudad de Székesfehérvár, al oeste de la ciudad se podía ver el inconfundible escenario de los combates, humo negro, explosiones, y algunos aviones de la Luftwaffe que apoyaban a sus fuerzas terrestres. Los alemanes estaban utilizando su aviación para apoyar el avance de su Sexto Ejército Panzer, casi no tenían cazas en la zona.
Los ataques de la segunda oleada de Sturmovik se iban a concentrar en un grupo de carros de combate que avanzaba desde el suroeste a unos diez kilómetros de la carretera principal.
Koliadin se concentró en la parte sur de la concentración de carros, y Martínez Fierros le acompañó para atacar a los mismos blancos. Desde arriba Orozco veía todo con claridad, no había amenaza de cazas pero la antiaérea era muy densa y peligrosa.
Koliadin, con su avión rotulado como la gloriosa 25ª División “Tchapaevski”, armó las bombas anticarro y lanzó sobre el grupo de blindados al mismo tiempo que buscaba blanco con su cañón de 37 mm. apuntando al lateral de los blindados. La antiaérea estaba muy bien dispuesta, abierta a los flancos del avance, y son varias unidades adelantadas, lo que les permitía disparar a cola de los bombarderos.
Los primeros Sturmovik habían hecho un buen trabajo, pero no habían logrado parar el avance de la vanguardia del Sexto Ejército Panzer. Koliadin había dejado un reguero de explosiones, cruzando la barrera de antiaéreos atravesó un panzer con un certero impacto, la torreta explotó sin dar posibilidad alguna a sus ocupantes. Mientras tanto, el avión de Celestino Martínez Fierros había encarado el grupo de carros que seguía avanzando evitando las explosiones. Concentrado como estaba en el viraje para soltar las bombas anticarro, recibió tres impactos de antiaérea en el plano izquierdo, y al sacar el viraje, otro en el flanco derecho del motor que en parte amortiguó el blindaje. El ala derecha estaba ardiendo, muy cerca del encastre, el humo penetraba en la cabina de Velmezov, el teniente Martínez Fierros concentrado en la maniobra de ataque miró de reojo los parámetros de motor, estaba perdiendo presión de aceite, y potencia. Era obvio que si el motor no entregaba más potencia no podrían salir de allí.
Sentía un dolor en el pecho y un fuerte palpitar en la sien, la situación era muy comprometida. Decidió seguir con el ataque y a la salida trataría de resolver el problema del motor, pero el fuego en el plano, se había trasladado a la cola, casi enteramente construida en madera. Aunque pudiese recuperar el motor el avión no volaría, Velmezov ya estaba sufriendo quemaduras e intoxicación severa por el humo, intentaba desatarse para saltar cuando quedó inconsciente.
Soltó las bombas como pudo, apretó el gatillo contra una fila de carros, alcanzó a dos de ellos, intentó remontar el vuelo pero el motor no respondía, antes de entrar en perdida tomó una decisión muy dura, antes de estrellarse en cualquier pradera se llevaría por delante algunos alemanes. Viró suavemente hacia la izquierda, volvió a apretar el gatillo contra una columna de transportes blindados de infantería, y apuntó a uno de ellos, con resignación y con determinación. Sus últimos segundos fueron para recordar la foto que había tenido en sus manos escasamente una hora antes, y que ahora estaba en su pecho, en el bolsillo de su guerrera. No volvería a ver a su mujer y su hija. Los alemanes se rendirían un mes más tarde.
Desde arriba, Manuel Orozco y Luis Lavín habían visto todo. El bravo asturiano se había cobrado cara su piel.
En Moscú, Clara Rosen daba de comer a su hija Nélida. El viento abrió súbitamente la ventana de la cocina y tiro una maceta. Clara sintió un pellizco en la boca del estomago, era una preocupación inexplicable, a veces sentía preocupación por lo que pudiera pasar a su marido, pero aquello había sido repentino, un mal presentimiento. Se confirmaría una semana más tarde. Estaban solas, su marido había entregado su vida contra los nazis.
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